Instinto de Inez

Carlos Fuentes (1928-2012). Escritor mexicano.
Tomado del libro “Instinto de Inez”, 2001. 


#Fragmento

—¿Oyes a las lechuzas?
—No, el motor hace mucho ruido.
Gabriel río. —El signo del buen músico es saber escuchar muchas cosas al mismo tiempo y ponerle atención a todas ellas.
Que oyera bien a las lechuzas. Eran no sólo las vigías nocturnas del campo, sino sus afanadoras.
—¿Sabías que las lechuzas capturan más ratones que cualquier ratonera? —afirmó, más que preguntó, Gabriel.
—Entonces para qué trajo Cleopatra sus gatos del Nilo a Roma —dijo ella sin énfasis.
Ella pensó que acaso valdría la pena tener lechuzas en casa como celosas amas de llaves. Pero, ¿quién podría dormir con ese ulular perpetuo del ave nocturna?
Ella prefirió entregarse, durante el trayecto de Londres al mar, a la visión de la luna que brillaba plenamente esa noche, como para auxiliar a la aviación alemana en sus incursiones. La luna no era desde ahora excusa romántica. Era el faro de Luftwaffe. La guerra cambiaba el tiempo de todas las cosas pero la luna insistía en contar el paso de las horas y éstas no dejaban, a pesar de todo, de ser tiempo y acaso tiempo del tiempo, madre de las horas… Si no hubiera luna, la noche sería el vacío. Gracias a la luna, la noche se iba dibujando como un monumento. Cruzó la carretera un zorro plateado, más veloz que el automóvil.
Gabriel frenó y agradeció la carrera del zorro y la luz de la luna. Un viento pausado y murmurante corría por el páramo de Durnover y mecía ligeramente los alerces derechos y delgados cuyas hojas blandas de color verdegay parecían señalar hacia la espléndida construcción del circo lunar de Casterbridge.
Le dijo a ella que la luna y el zorro se habían confabulado para detener la velocidad ciega del automóvil e invitarlos —descendió, abrió la puerta, le ofreció la mano a la mujer— a llegar juntos al coliseo abandonado por Roma en medio del yermo británico, abandonado por las legiones de Adriano, abandonadas las bestias y los gladiadores que murieron olvidados en las celdas subterráneas del Circo de Casterbridge.
—¿Oyes el viento? —preguntó el maestro.
—Apenas —dijo ella.
—¿Te gusta este sitio?
—Me sorprende. Jamás imaginé algo así en Inglaterra.
—Podríamos ir un poco más lejos, al norte de Casterbridge, hasta Stonehenge, que es un vasto círculo prehistórico, con más de cinco mil años de edad, en cuyo centro se levantan, alternados, pilares y obeliscos de arenisca y cobre antiguo. Es como una fortaleza del origen. ¿Lo oyes?
—¿Perdón?
—¿Oyes el lugar?
—No. Dime cómo.
—¿Quieres ser cantante, una gran cantante?
Ella no contestó.
—La música es la imagen del mundo sin cuerpo. Mira este circo romano de Casterbridge. Imagina los círculos milenarios de Stonehenge. La música no los puede reproducir porque la música no copia el mundo. Tú escucha el perfecto silencio de la llanura y si aguzas el oído convertirás al Coliseo en la caja de resonancia de un lugar sin tiempo. Créeme que cuando dirijo una obra como el Fausto de Berlioz, renuncio a medir el tiempo. La música me da todo el tiempo que necesito. Los calendarios me sobran.
La miró con sus ojos negros y salvajes a esa hora y se sorprendió de que la luna volviese transparentes los párpados cerrados de la mujer que lo escuchaba sin decir palabra.


:::::::::::::::

Así empieza la reseña que de esta novela escribió Adolfo Castañón: 

"La historia de Gabriel Atlan Ferrara y de Inez Prada podría formularse en términos de una pareja que hace el amor a través de la música y celebra su unión virtual en el espacio del arte. Pero esa historia está matizada, trenzada por otra —la de los hombres y mujeres, de la pareja prehistórica— que significativamente está contada en futuro, como si el fin de nuestra historia sólo pudiese formularse en términos de una relectura de la prehistoria. La hipótesis de la esperanza se disipa en la memoria profética del origen: como si la salida del laberinto hubiese que buscarla a la entrada del mismo, en los mitos del origen".

Léela completa dando clic aquí